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Mejor juntos: aprendizajes y hallazgos de equipos mixtos en el uso de manglares

Mejor juntos: aprendizajes y hallazgos de equipos mixtos en el uso de manglares

Algunas expectativas sociales pueden llevar a pensar que las mujeres están más inclinadas que los hombres a proteger los recursos naturales. Sin embargo, la investigadora de EfD Colombia y miembro de WinEED, Yady Barrero, encontró en su investigación de doctorado que esto es algo simplista pues depende del recurso natural y de las condiciones que enfrentan las comunidades. Ella estudió cómo una comunidad afrodescendiente en el Pacífico colombiano tomaba decisiones de manejo e inversión de los recursos del manglar en el marco de un acuerdo de conservación. Hablamos con ella para conocer más sobre los resultados de su investigación:

 

¿Por qué querías investigar este tema?

 

Durante mis estudios doctorales, en la revisión de la literatura sobre gestión de los recursos naturales me di cuenta de que el género de los usuarios es un factor importante para explicar el uso sostenible. Esto está documentado especialmente para el caso de los bosques en el sureste de Asia, pero encontré pocas fuentes sobre la influencia de género en el uso de otros recursos naturales en el contexto de América Latina.

Pensé que sería interesante estudiar el caso de los usuarios de los manglares, porque en la Costa Pacífica colombiana el aprovechamiento de algunos recursos está definido en función de ser hombre o mujer. Para ello visitamos el Consejo Comunitario Esfuerzo Pescador en la región de la Bocana del Rio Iscuandé en el norte de Nariño. Allí aunque la pesca es considerada una actividad masculina, las mujeres realizan labores de aprovechamiento arreglando y salando lo que  los hombres pescan, y si bien la extracción de piangua del manglar (o concheo) es reconocida como una actividad femenina, en los últimos  años por razones de seguridad del manglar o por la situación económica, cada vez más los hombres acuden con las mujeres a extraer el molusco, además porque la extracción de este molusco también es una actividad físicamente exigente.

Además, desde 2011 la comunidad que visité en las diez veredas que componen su territorio, estaba implementando un acuerdo de conservación apoyado por CI Colombia para el uso sostenible de la piangua. Por eso, para utilizar ese recurso de forma sostenible definieron un tamaño mínimo de la piangua que se extraía para evitar sacar la piangua pequeña y establecieron zonas especiales de manglar para conchar, dejando otras zonas en descanso temporal. Como parte del convenio de conservación algunos miembros de la misma comunidad se convirtieron en monitores para llevar registro del tamaño de la piangua extraída y de las zonas de concheo, esto con el fin de reconocer a las veredas que mejor cumplían con los acuerdos de conservación. Tanto hombres como mujeres participaron en las actividades para mejorar el manejo del recurso. En este contexto, nuestra investigación sobre la influencia de la composición del género en los grupos de usuarios del manglar en el marco de un acuerdo de conservación resultaba muy pertinente.

¿Cuáles fueron los resultados? ¿Qué aprendiste?

 

El experimento se basó en formar equipos según el sexo de los participantes. Tuvimos equipos de cuatro hombres, cuatro mujeres y equipos mixtos (tres mujeres y un hombre, dos mujeres y dos hombres o tres hombres y una mujer). El juego constaba de dos etapas. Primero, todos los participantes jugaron por grupos un juego de extracción de molusco, aunque sin ninguna interacción. Aquí encontré que los grupos con más mujeres extraían más moluscos, mientras que los grupos que tenían más hombres extraían menos.

Luego les recordamos a los participantes el acuerdo de conservación usando un “juego de bien público”. Aquí cada equipo decidió cuánto invertiría en un proyecto comunitario que imitara el acuerdo de conservación real. La inversión en este contexto estuvo relacionada con la asistencia a las reuniones, la voluntad de ser monitoreados y la participación en el acuerdo para el uso sostenible del manglar.

En la segunda etapa, los participantes volvieron a jugar al juego de extracción de moluscos, pero contando con tiempo para conversaciones cara a cara antes de cada decisión de extracción. Descubrí que todos los grupos extraían menos que en la primera etapa, pero en especial encontré efectos diferenciales según la composición,  pues los equipos mixtos (en especial los grupos de tres mujeres y un hombre) extraían menos y cooperaban más que todos los demás grupos. Y precisamente en estos equipos fueron los hombres quienes decidieron optar por el camino más sostenible.

 

¿Hubo algún desafío especial?

Creo que hubo tres desafíos especiales:

El primer desafío fue comprender a las comunidades afrodescendientes, algo que ocurre cuando se trabaja en campo con cualquier comunidad. Esto significa que un investigador tiene el reto de conocerlos desde sus vivencias reales, respetar sus tradiciones y aprender de ellos. Este es el mejor desafío.

El segundo desafío es muy común entre los investigadores que realizan experimentos de campo y es el desafío metodológico. Hacer un experimento de campo implica que debe tener un diseño experimental lo suficientemente sencillo para que los participantes comprendan la actividad y se sientan cómodos al llevarla a cabo; y al mismo tiempo, debe ser lo suficientemente completo para  que se replique adecuadamente el comportamiento de los usuarios en sus decisiones cotidianas de uso del recurso y el investigador pueda captar las complejidades del tema en estudio.  

El tercer desafío es que hacer experimentos es caro y es muy diferente de hacer experimentos en el laboratorio. El enfoque experimental en campo enriquece a la comunidad y al investigador. El experimento es una experiencia lúdica y un juego de aprendizaje, en el que el grupo descubre muchas cosas, por ejemplo, los participantes descubren que la cooperación es una situación socialmente deseable pero que implica renunciar a algunos beneficios monetarios personales. Por eso, para hacer más realistas las decisiones económicas, los participantes obtienen ganancias monetarias en función a sus acciones durante el juego.

 

¿Cómo se puede utilizar este nuevo conocimiento?

En términos de política pública, hay dos características clave: primero, los acuerdos de conservación deben ser socializados y no solo firmados. Esto significa que toda la comunidad debe conocer el acuerdo, participar en el diseño del acuerdo y beneficiarse de él.

En segundo lugar, es muy importante que las mujeres sean participantes activas de los acuerdos y que los hombres respeten y apoyen su participación.  Se da así una especie de “círculo virtuoso” pues en los grupos de hombres y mujeres, ellos pueden verse motivados a hacer un uso más sostenible del recurso y esto hace que ellas tengan más confianza y decidan también cooperar.

Esto es un reto porque implica que los hombres no vean la participación de las mujeres como una forma de dejar de lado sus responsabilidades en la conservación. Además, este hallazgo nos lleva a reflexionar sobre el riesgo de los programas de empoderamiento femenino donde no se incluye a los hombres. Nuestra investigación muestra que hay mejores resultados de conservación cuando hombres y mujeres participan juntos.

 

¿Algún consejo para otros investigadores (que quieran realizar estudios relacionados)?

 

Mi consejo es estar atento a los desafíos. Los investigadores rurales y ambientales tienen la gran responsabilidad de dar voz a las comunidades. Tiene que ser una voz genuina, no la voz de los prejuicios o las expectativas de los investigadores. Otro consejo es que los investigadores deben superar las dificultades y seguir haciendo lo que hacen a pesar de las limitaciones, porque la política pública necesita ese aporte preciso de la academia.